José Luis Pacheco Díaz

Fotografía propiedad
del autor





Dos miradas sobre el mundo: 
Ciencia y Arte





       Las visiones de la Ciencia y del Arte son muy distintas y corresponden, obviamente, a dos formas sustanciales de percibir eso que llamamos Realidad; pero en todo ello, como no podía ser de otra manera, intervienen muy especialmente las diversas manifestaciones de la omnipresente consciencia del Sujeto que la observa.
       En abstracto, las dos miradas son igualmente válidas, pues mantienen una coherencia interna con los procesos mentales que entran en juego a la hora de verificar, validar, ratificar si se quiere, la relación que guarda el instrumento de análisis con el objeto del mismo. Naturalmente, no son equivalentes, y por esa razón no cabe ningún tipo de comparación entre ellas. Desde mi punto de vista, ninguna puede considerarse mejor o más eficiente que la otra, dadas las barreras y limitaciones que supone la posibilidad de comparar entre sí fenómenos mentales de distinta naturaleza. ¡Válgame Dios, entonces, si alguien se atreve a afirmar que la Ciencia es superior al Arte! Se trataría de una falacia, cuya ilogicidad no se mantendría en pie en cuanto la sometiésemos a un exámen más profundo.
       El primero de los argumentos cae por su peso al acotar la funcionalidad de ambas manifestaciones en terrenos concretos de la experiencia de vida del Sujeto, un paraqué que nos remite claramente a dos ámbitos bien diferenciados: el del conocimiento formulable y demostrable, ligado fundamentalmente a la razón, y el de las emociones y sentimientos humanos referenciados a esa extraño y cada vez más conocido órgano mental, que no sólo músculo, que llamamos corazón. Es verdad que el cerebro, sin duda alguna, tiene una fuerte implicación en el acontecer de la consciencia del Sujeto, pero no sólo él. Ya la moderna neurocardiología -no entraremos ahora aquí por su prolijidad a debatir sobre este asunto- viene demostrando desde hace algún tiempo el papel relevante del corazón en muchos de los procesos vitales de conocimiento y toma de decisiones sobre el Mundo en que vivimos.
       Los fenómenos que suceden en él son complejos y diversos para el Sujeto, como diversa y compleja es su propia psique. Pongamos un ejemplo sólo: a nadie se le ocurriría tratar de comprender y amar a otra persona empleando únicamente el instrumento de la razón, que seguro es muy válido para otras muchas cosas. Más que pensar, por tanto, en "hegemonías", habría que hacerlo sobre "singularidades complementarias". Ya lo dijo el pensador del siglo XVII Blaise Pascal: "El corazón tiene razones que la razón a entender no alcanza". La Ciencia sirve para y hasta donde sirve y el Arte ocupa un espacio que nadie que no sepa vibrar a su compás logrará entender y compartir. No diré nada más -en otro artículo anterior hice referencia a ello- acerca de la manera de percibir y procesar de cada unos de los dos hemisferios cerebrales, que por lo por demás nos proveen de una pauta clara para que podamos comprender y experimentar tales productos mentales de la Ciencia y del Arte. Para muestra un botón: Las olas, por ejemplo.
       Analizadas desde un punto de vista científico, las olas -véanse las marinas- son consecuencia de la propagación del movimiento entre dos medios, el aire de la atmósfera y el agua del mar. Se producen entre otras causas por los cambios de presión atmosférica sobre la superficie líquida y por el rozamientos del aire, que genera ondas capilares o gravitacionales, unas más leves y otras mayores, según la presión ejercida sobre la lámina de agua. Ahí queda eso, pues a "buen entendedor, pocas palabras bastan".
       Pero podríamos decir muchas otras cosas sobre el Mar y el Viento y la criatura que crean entre los dos. Veámoslo a través de un texto poético de mi autoría (curiosamente escrito antes y generador de este artículo que hoy traigo a EnR) con el fin de ilustrar didácticamente el significado dado a una forma diferente de mirar el fenómeno físico de las olas. Se titula así: "El cuento del Mar y el Viento"



Abrió el Mar sus feroces fauces
frente al Viento
y se lo tragó en un instante
de furia
Bajó entonces el Viento
airado
al vientre de tan inmenso monstruo
y le retorció todas sus tripas
tirando de ellas hacia el cielo
Subieron y bajaron los dos
sin cesar
en loco frenesí de abrazos rotos
tantas veces
que al final fue imposible distinguir
quien era el Mar
y quien el Viento.



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Metro a metro



          Metro a metro,
          humo y fuego
          de pensamientos,
          oigo llegar
          el tren
          de los sonidos terráqueos;
          se acerca,
          percibo
          como se acomoda
          febrilmente,
          en la forma
          de antiguos ecos.



          Toco su máquina sagrada
          hecha
          de nervios y de viento
          y me dejo arrastrar
          en caída libre;
          recojo,
          sin prisas y sin tiempo,
          todos los ingrávidos
          olvidos
          que él me entrega:
          ellos son ahora
          mis recuerdos.